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Escrito por el 21 de mayo de 2016

En años recientes, el cine coreano ha conseguido tener una fuerte presencia en plataformas de streaming, sobretodo en Netflix. Desde dramas telenovelescos llenos de romance y clichés, hasta producciones donde predomina el terror y el gore, esta corriente de cine ha causado revuelo en redes sociales por ser tan diferente en estética, concepción y montaje. Una que ha dado mucho de qué hablar en las últimas semanas es, sin duda alguna, El Juego del Calamar.

Acompañada de un guión perspicaz, agrio y astuto, así como de un diseño de producción con una estética única y sobresaliente, El Juego del Calamar ha roto paradigmas y marcado tendencia en lo que refiere a consumir contenido por streaming.

La serie, misma que cuenta con un total de 9 episodios, se centra en 456 surcoreanos que deben millones de wones a deudores y prestamistas. Al tener sus vidas arruinadas y sin escapatoria, el grupo es misteriosamente reclutado en un concurso mortal, cuyo premio de 45,600 millones de wones podría arreglarles la vida o, por el contrario, arrebatárselas.

En cuanto a la premisa, podría parecer que esto no es algo que no hayamos visto antes. Al estar influenciada por otras historias o conceptos como el de Battle Royale, a primera vista, pareciera que la premisa no ofrece algo innovador o diferente, pero, aun así, logra cautivar al espectador al prometer (y satisfacer) una experiencia tensa, cruda y turbulenta que te mantendrá al borde del asiento.

La fortaleza de la serie la encontramos en su narrativa, no solo por la ejecución y representación de sus poderosos simbolismos, sino también por la concepción y estructuración del suspenso. La serie logra mantenerte al borde del asiento a partir de situaciones límite que transmiten ansiedad, miedo, terror y angustia, pero también tiene en su discurso una serie de críticas y reflexiones que giran en torno a la lucha de clases, al capitalismo como sistema económico que violenta y marginaliza, y sobretodo, a la forma en que las élites hacen de la experiencia de las clases sociales por sobrevivir un simple juego; una forma de entretenimiento para su satisfacción y deleite inhumano.

Los 6 juegos planteados y concebidos de la serie dan a relucir el verdadero instinto y desesperación de los participantes, pues además de ponerlos en escenarios donde hay cabida a romper su moral e incluso su humanidad, infligen en ellos traumas psicológicos que habrán de dejar una huella de por vida. Perder la vida, pero sobretodo, su humanidad, parece ser lo más divertido y satisfactorio para estas personas que observan el juego con morbo y con malicia, lo cual bien podría ser un reflejo directo de lo que tendemos a consumir hoy en día: historias, noticias y contenidos sensacionalistas que tienen por objetivo vender a expensas de la denigración, humillación y explotación de aquellos grupos vulnerables. Los 456 participantes están desesperados por volver a encaminar sus vidas por el buen camino, pero el mismo sistema bajo el que están obligados a vivir, trabajar, comer, e interactuar, los orilla a sumergirse en un concurso sádico que funge como metáfora al mundo real; un mundo donde el sistema capitalista privilegia a unos cuantos. Los juegos son prueba de ello; cada uno es un símbolo de lucha y supervivencia por salir adelante; un símbolo de pelear con uñas y dientes y no morir en el intento.

Por esto y más, se debe reconocer que el guión es bastante ingenioso, pero cabe mencionar brevemente que algunos de los giros narrativos se vieron venir y no tuvieron el impacto esperado. Quizás si se hubieran esbozado pistas falsas o secuencias engañosas para despistar al espectador, el misterio podría haber sido más interesante de seguir y conocer, ya que las dos sorpresas finales, en mi opinión, no tuvieron su merecida recompensa.

Otro aspecto positivo de la serie son sus personajes. Al ser 456 participantes, es evidente que no podemos sentarnos a conocer la vida de cada uno de ellos, pero aquellas que sí logramos conocer vale la pena seguir. Conectamos con quienes tenemos que conectar, y despreciamos a todos aquellos que se dan a odiar, pero sus distintas facetas realmente salen a relucir, y todo esto gracias al increíble talento de su elenco. A través de expresiones reales y corporalidad impresionante, los actores y actrices del reparto encarnan a personas afligidas con dualidad de pensamiento y acción, logrando así que lloremos por ellos, riamos con ellos, y nos preocupemos por ellos.

A pesar de que esta serie puede dejar un poco que desear en sus giros narrativos y, sobretodo, en su final, vale la pena verla y vivir una experiencia asfixiante y turbulenta que nos permite replantearnos y criticar el sistema económico que nos domina. Además, la serie es bonita estéticamente, y el uso de efectos prácticos que se le dio a ciertos escenarios y elementos, es también algo que se debe destacar. Si tienes ganas de pasar el fin de semana mordiéndote las uñas y sudando por los nervios, te recomiendo que veas El Juego del Calamar. Puedes encontrarla ahora mismo en tu catálogo de Netflix.

Redactado por: Juan Rodríguez

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